Si has dado algún paso en el camino del crecimiento personal, habrás oído hablar del famoso lado oscuro. Es ese lugar, en parte oculto y mayoritariamente inconsciente donde almacenamos todo aquello que no pudimos mirar o no nos sentimos capaces de gestionar en algún momento. Traumas, dolores, penas, angustias, rabia, reclamos…
A ese lugar le llamamos “los sótanos”, “la sombra”, “la mazmorra”, el “reverso tenebroso” y con ese concepto, no podemos más que concebirlo como un lugar espantoso al que de ninguna manera nos queremos asomar.
Sin embargo, toda filosofía evolutiva nos dice que no hay evolución posible sin visitar esos sótanos, limpiarlos, ordenarlos y ponerles Luz. Ante ese reto se desencadena en nosotros la certeza de que dentro de nosotros hay algo horrible, y que como tal, mejor ocultarlo. Y así vamos transitando, con ese peso interior, que se va convirtiendo en miedo, en culpa y en falta de amor y aceptación hacia nosotros mismos.
Pero, ¿qué ocurriría si empezáramos a concebir ese lado oscuro como algo bello?. Misterioso, seductor, atractivo. Algo que nos invite a mirarlo con actitud de aventureros, de descubridores o de científicos. Lleno de posibilidades y de semillas de libertad. Con tanto interés y curiosidad como si de repente, descubriéramos en nuestra casa una puerta que abre una estancia que desconocíamos y que está llena de cosas.
Al fin y al cabo, ¿qué crees que podrías encontrar? Te voy a dar algunas pistas:
Que mamá no te quería.
Que papá no te aceptaba.
Que te abandonaron física y/o emocionalmente.
Que no supiste pedir el amor que necesitabas.
Que abusaron de ti.
Que dejaste de ser fiel a ti mismo para obtener ese amor, y que hoy por hoy lo sigues haciendo.
Que en ti hay rabia y rencor y egoísmo.
Que no eres perfecto ni tan bueno como te parecía.
Que mentiste… que quizá sigues haciéndolo.
Que te arrepientes de elecciones del pasado.
Que no supiste educar a tus hijos.
En las cajas de tu sótano personal puede haber mucho más, pero sea lo que sea, con la ubicación correcta será manejable.
Casi todo lo que conforma el lado oscuro se gestó en la infancia. Y como niño pequeño manejaste la situación con las herramientas de la infancia. Miedo, enfado o minusvaloración. Puedes disculpar a ese niño que fuiste, sabiendo que lo hizo lo mejor que supo. Hoy, desde el punto de vista del adulto que eres, puedes comprender que papá y mamá también lo hicieron lo mejor que supieron, porque puedes verlos con los ojos de quien sabe que ellos también tienen heridas de infancia. Abraza a tu niño interno con ternura, ahora está a tu cargo y mira a los ojos de tus padres teniendo en cuenta su historia y sus cargas.
Busca en las cajas rotuladas como “víctima” y “verdugo”. Lee la historia que contienen y luego suelta ese rol, hoy ya no tiene sentido; cualquier cosa que pasara pertenece al pasado. Seguir vibrando en esas emociones, atraerá los eventos necesarios para que la vida te dé la razón.
Acepta que hay mucho que no vas a entender ni a recordar. Pertenece a capas muy profundas de tu inconsciente o incluso del inconsciente colectivo. Miedos y fobias que no sabemos dónde empezaron, sensaciones desconocidas, pulsiones extrañas. Acepta todo ello como parte del hecho de ser humano, y confía en que aquello que necesites para tu evolución será desvelado.
Deja de acumular trastos: no guardes ni una caja más. Ponte al día, afiánzate en tus cualidades y mira de frente tus dificultades. No aplaces las soluciones, tómalas ahora, lo mejor que sepas. Nadie puede pedirte más.
Recuerda que todo lo que no se mira, se hace grande. Asuntos pequeños acaban siendo grandes miedos o bloqueos a base de no atenderlos.
Con cada comprensión, con cada gesto de amor y dulzura hacia todo eso que llamas oscuridad y no es más que historia de vida, ganarás libertad, autoestima y un lugar en el mundo mucho más confortable. ¿Te animas?